Friday, September 23, 2005

 


Cobreloa es un caso atípico y particular en la historia del fútbol chileno. Por varias razones. Primero, por su origen, porque nació (oficialmente en 1977) por una mezcla de necesidad social y decisión política que, de alguna forma, le dio al club un sentido inmediato de pertenencia para los habitantes de Calama.

Segundo, porque sus acelerados triunfos deportivos (en 1978 ya participaba en Primera División) lo catapultaron sin mayor trámite al selecto grupo de los "grandes" del balompié criollo. Tercero, porque la increíble e inolvidable proyección internacional que tuvo en el comienzo de los 80 de la mano del entrenador Vicente Cantatore hizo germinar una generación de seguidores ajenos a la particularidad del hincha calameño pero igualmente leal a los colores naranjas de la institución.

Todos estos elementos, sin duda, fueron plasmando la identidad de Cobreloa. De sus seguidores, por cierto, pero principalmente de sus planteles que en forma sucesiva fueron asumiendo el particular perfil autártico del club, ese de haberse hecho a sí mismo y, por ello, adueñándose de sus características.

Por eso es que no es raro que desde hace tiempo se diga que en Cobreloa son los jugadores los que, en definitiva, toman las decisiones. Que ellos son los que determinan cómo jugar, quiénes deben hacerlo y cómo se debe encarar el trabajo diario. La historia así lo ha demostrado. Y aunque claramente todo no puede ser cierto, sí parece que algo de real hay en tales afirmaciones.

Es que los jugadores loínos -los de antes y los de ahora- se sienten el club y no sólo parte integrante de él. Por eso demuestran un exacerbado dominio de situación y, a la larga, son sindicados como los máximos responsables de la increíble rotativa de entrenadores que ha tenido en los últimos años (y que, curiosamente, se opone a la estabilidad que tuvo al comienzo de su historia, primero con Andrés Prieto y luego con Cantatore).

Parece claro: si el DT de turno pacta con el plantel, se suma a la mayoría y entiende que su sitio es estar "con" y no "sobre" el equipo, puede trabajar con cierto nivel de estabilidad. Lo contrario significa su rápida salida.

Por eso es que, a la larga, no llama mucho la atención que el peor momento de Cobreloa en una competencia local -el actual- se encare a partir de ahora con un entrenador como Miguel Hermosilla.

El "Chueco" es de la casa, conoce los códigos internos, asume hasta con complacencia las "normas" asentadas y comprende que su gran misión no será la de hacer revolucionarios cambios tácticos sino que, esencialmente, devolverle su histórico rol al plantel naranja.

Un DT "afuerino", la verdad, no hubiese servido para esta instancia loína. Ello porque alguien que no conociera sobre la identidad de Cobreloa tendría que haber dado pruebas de blancura ante sus jugadores en un momento donde lo que urge es levantar cabeza. Y eso lo hará el cuadro nortino en la medida en que rápidamente el río vuelva a su cauce natural.

Cobreloa es único.

Y quien pretenda cambiarlo, la verdad, tendrá que tener algo más que una envidiable labia.

Si el DT de turno pacta con el plantel, se suma a la mayoría y entiende que su sitio es estar "con" y no "sobre" el equipo, puede trabajar con cierto nivel de estabilidad

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